De aquel lugar sombrío y húmedo en el que estuviste encerrada, yo recuerdo grises, marrones, verdeoliva. Sólo una vez pude verte y fue en el “locutorio”.
Ignoraba que allá adentro te inventaste un paisaje con un diáfano cielo azul, como en aquellas viejas películas que veíamos cuando éramos chicas en el cine de la vuelta de casa. Tardíamente me regocijo al saber que imaginabas esas paredes como un mar al que arrojabas hacia el futuro botellas con mensajes.
¿Sabés una cosa? El mar azul radiante las arrastró y las arrastró. Están llegando a estas orillas. ¡Mirá, la gente las está recogiendo! ¡Ahora las abren! ¡Salen burbujitas! Comienzan a leer los mensajes mientras sonríen.
¿Qué hace aquella muchacha de ballerinas azul índigo
colgándose se esa tela? Comienza a envolverse mientras un joven interpreta el tema de George Gershwin en el saxo.
Un chiquito recoge las” florecillas azules, celestes y gualdas” de las páginas de “Platero y yo”.
Y ese señor de cabello canoso ¿Hacia dónde se dirige presuroso? ¡Ha tomado de la mano a una elegante señora mayor! ¡Comienzan a bailar mejilla a mejilla elevándose entre nubes azul turquesa!…