martes, 26 de mayo de 2009

La imagen dice más que mil palabras.

Cuando publiqué “Barras y estrellas” no tenía preparada esta imagen hecha por el querido Negro Fontanarrosa, aparecida en el número de junio de 1969 de la revista Boom y que fuera tapa del suplemento Señales del diario La Capital de Rosario del 17 /05/09. No quise dejar de publicarla.



La revista Boom se editó en Rosario entre agosto de 1968 y junio de 1970. Comprometidos con la problemática social y los conflictos políticos, (transitábamos una dictadura militar), quienes la hacían reflejaron en sus páginas con valentía, distintos aspectos de la vida de la ciudad.

"Pruebas irrefutables de que eran comunistas, Comisario, el bastón quedó manchado de rojo". El humor gráfico de Roberto Fontanarrosa debutó en el Nº 1 de Boom. Apenas algunas líneas de tinta china para que el icono rosarino también de sus primeros pasos. El chiste narra el instante posterior de la represión policial, también reflejada con virtuosismo en la cobertura fotográfica del Rosariazo.(Extraído de Google, donde podrán encontrar información y un video de un documental reciente).

viernes, 22 de mayo de 2009

Barras y estrellas




Dos mujeres se encuentran revisando los cajones de un placard, toman las prendas, las doblan y las van guardando en cajas. Leonor saca una gran caja y la apoya sobre el toilete estilo chippendale. Comienza a extraer ovillos, carreteles de hilo, cajitas con botones, piedritas, pequeños retazos de telas de distintas texturas. “El costurero de mamá, forrado por ella, prolijo y ordenado como todas sus cosas”, comenta. De pronto muestra varias cintas de tela roja ¡Mirá! ¿Te acordás para que usábamos esto? Interroga a la otra mujer.

Las dos se miran y echan a reír.

¡Era bárbara mami! Exclama Leonor.

Y contradictoria, muy severa para algunos temas. Responde Lucía en tono crítico.

Pero cuando nos ayudaba a hacer estas cosas ella se proyectaba. Parecía otra. Sabía muy bien de qué se trataba. Responde Leonor en tono más suave. Siempre tuvimos su complicidad, expresa mientras se recuesta sobre la cama y comienza a jugar con las cintas rojas. Las envuelve en sus dedos, las desenvuelve, dibuja ondas en el aire. Prosigue: Las “chicas” nos llamaba. Salimos a ella por lo habilidosas ¿no? Hacíamos unas banderas norteamericanas tan primorosas que daba lástima quemarlas. Mientras pronuncia esto último busca los ojos de su hermana con una sonrisa cómplice que es correspondida por aquella.

Tenés razón, ella disfrutaba participando con nosotras, asiente Lucía. Siempre tan previsora, hasta guardaba las barras de la bandera yanqui para la próxima vez que las necesitáramos y aquí fueron quedando, en un rinconcito de en su costurero.

Poco a poco la lucha se iba endureciendo, comenta la que juega con las cintas. Fue en mayo de 1969, agrega, ahora con expresión más seria.

Qué susto se llevó tía Amalia cuando llegué corriendo de la policía y me refugié en su casa con los ojos rojos por los gases lacrimógenos. No habíamos podido realizar una asamblea, nos dispersaron brutalmente, acota Lucía mostrando consternación.

Y después, a los pocos días, aquel sábado - comienza a rememorar Leonor- nunca me voy a olvidar. Pasado el mediodía llegó Beto, el correntino, (esboza una sonrisa al nombrarlo). A veces llegaba a esa hora, por si había algo del almuerzo, prosigue. Venía de la Asistencia Pública repitiendo algo que yo no entendía o no quería entender. Como una estúpida yo insistía en organizar el casamiento del Mendocino y la Flaca*. Entonces tomándome del brazo con fuerza me recriminó serio: ¡Atendeme, pasó lo mismo que con Cabral en Corrientes!” ¿No entendés? Agrego apretando los dientes, como hablaba él.

Yo estuve allí, - responde Lucía en voz baja- había ido a reunirme con mis compañeros de Bellas Artes. Seguía el paro por la muerte del estudiante correntino. Salimos a la calle hacia Córdoba. Otros venían del Comedor Universitario. Gritábamos, puteábamos a la cana. Había corridas. Llegaba a la puerta de la galería Melipal cuando escuché el disparo. Unos salían corriendo, nos empujábamos. Una marea humana me llevaba. Escuchaba un murmullo a lo lejos, lo hirieron…se está muriendo…Tenía miedo, era muy piba. Perdí la noción del tiempo. (Se cruza de brazos como si sintiera frío). Había sucedido todo en segundos, como en una pesadilla. A mí me parecieron horas. Fuimos a la Asistencia Pública no se como. Cuando llegamos ya había muerto. Tampoco sé como llegué a casa. Vine descompuesta a media tarde, no había almorzado pero vomité. Me encerré en el dormitorio. No hable ni comí nada por el resto del día.

El estudiante se llamaba Bello, ¿recordás? Era de las Rosas. Cuando Beto me lo dijo tomé conciencia, comprendí todo. Unos mataban y otros morían. Nosotros habíamos quedado del lado de los que morían, afirma Leonor bajando la voz mientras dobla las cintas y las guarda cuidadosamente en el costurero. En el espejo del toilette se encuentra con la imagen de su hermana enjugándose las lágrimas.


Berta Temporelli -Escrito en agosto de 2006.



“Y nos casamos un día de huelga general, cuando en Argentina esta palabra era sinónimo de inmovilidad total. Por lo demás, ayer como hoy la huelga tenía motivos políticos. Eran los tiempos en que la policía comenzaba a ser adicta a matar estudiantes. De modo que en cualquier esquina, a cualquier hora podía estallar la vocinglera ante un carro de asalto de las llamadas fuerzas del orden.”¡Asesinos”!
“A-se-si-nos”. El grito democrático de aquellos años de Onganía…

*Esther Andradi, (la Flaca a quien Leonor y Beto le organizaron el casamiento)
"Come, este es mi cuerpo". Ediciones Último Reino, 1997.

  • Publicado en el suplemento Señales del diario La Capital, 17 de mayo de 2009 :

    "El término Rosariazo suele provocar discusiones. Los historiadores suelen distinguir entre los hechos de mayo, la secuencia de crímenes que une los nombres de Juan José Cabral, Adolfo Bello y Luis Blanco, de las grandes movilizaciones de septiembre, cuando los trabajadores se adueñaron de la ciudad: la Marcha del Silencio y el Rosariazo, respectivamente. La distinción es pertinente, tiene otros matices y su discusión está lejos de agotarse. Lo que nadie discute es que 1969 inscribió una de las marcas constitutivas en la historia de la ciudad, un corte que abrió el paso a una etapa cuyos efectos son parte del presente"


Comprenden porqué me asumo orgullosamente "sexagenaria sesentista"? Allí estuvimos nosotras, las jóvenes de los ´60. Abriendonos paso y despojándonos de los prejuicios de esos años. Enarbolando banderas, defendiendo ideales, construyendo utopías. Pero también enamorandonos, y junto a ellos, nuestros compañeros, compartimos aquellos versos de Mario que parecían escritos para nosotros:

Te quiero

Tus manos son mi caricia

mis acordes cotidianos;

te quiero porque tus manos

trabajan por la justicia.

Si te quiero es porque sos

mi amor mi cómplice y todo.

Y en la calle codo a codo

somos mucho más que dos.

Tus ojos son mi conjuro

contra la mala jornada;

te quiero por tu mirada

que mira y siembra futuro.

Tu boca que es tuya y mía

tu boca no se equivoca;

te quiero porque tu boca

sabe gritar rebeldía.

Si te quiero es porque sos

mi amor mi cómplice y todo.

Y en la calle codo a codo

somos mucho más que dos.

Y por tu rostro sincero

y tu paso vagabundo

y tu llanto por el mundo

porque sos pueblo te quiero.

Y porque amor no es aurora

ni cándida moraleja

y porque somos pareja

que sabe que no está sola.

Tte quiero en mi paraíso

es decir que en mi país

la gente viva feliz

aunque no tenga permiso.

Si te quiero es porque sos

mi amor mi cómplice y todo

y en la calle codo a codo

somos mucho más que dos.


Mario Benedetti



Imagen: Suplemento Señales, Diario La Capital, 17/05/09






















martes, 19 de mayo de 2009

¡Mi blog cumplió su primer mes!


Me hubiese gustado celebrarlo ayer, pero debido a que cierto personaje del que ya les comentaré se adueñó de mi PC, me veo obligada a hacerlo en el día de la fecha con este texto:

Agarrate Catalina

Catalina no es precisamente Bahia, la del tema de Miguel Cantilo, aunque siempre tiene una península a la que asirse. Coordina con entusiasmo un taller de narrativa al que yo concurrí. Alienta a los asistentes: “A no achicarse, cada uno da lo que tiene y trata de disfrutarlo, si no, no tiene sentido”. Orgullosa de que en él “se canalizan los talentos” siempre está inventando estrategias para lograr esos objetivos.

Un día llevó palabras escritas en trocitos de papel, las puso sobre la mesa con las letras hacia abajo e invitó a cada uno a sacar cuatro al azar. Luego nos propuso redactar con las mismas un texto para el sábado siguiente.

Estuve bastante atareada esa semana, llegaba a la noche agotada, me sentaba frente a la PC y nada, mi mente se ponía más blanca que la pantalla. El viernes, a pesar de jugar con los papelitos largo rato, no había logrado hilvanar una frase coherente, de manera que casi de madrugada me senté frente al teclado, y me despaché en tono epistolar:

Catalina, lamento decepcionarte, pero no “he llegado a soñar con las palabras”, como en la poesía de Juarroz. De modo que si querés que no sea monotemática, aflojá con la semántica. Yo me hago la autocrítica y vos te olvidás de la sintáctica, si al final lo que interesa es la pragmática.

Nos propusiste jugar con las palabras. Tampoco me surgieron poderes como a Magda, la de Galeano. En los papeles encontré estas: serenata, violines, acordes, amor. La última me parece que no es para jugar. El texto del uruguayo se refiere a Mujeres, yo puedo dar algunos pareceres:
Es cierto que los tiempos son otros. Ya ninguna por amor se arroja al paso de un tren como Ana Karenina, se muere de tuberculosis como Margarita Gautier o se hace el harakiri como Madame Butterfly. ¡Menos mal, si no hubiese colapsado el Hospital de Emergencias!

Aunque estemos en el siglo de las mujeres, como afirmó Cristina, la Pingüina, y hayamos cambiado tanto gracias a nosotras, las sesentistas. Las que nos animamos a la minifalda, los jeans y los anticonceptivos. Las que hartas de irnos al mazo, un día revoleamos la chancleta y nos fuimos al rosariazo. Pese a tantos cambios, el amor será siempre el amor.

Desde las épocas de la “Vaquera de la Finojosa”, qué moza no ha ansiado que un poeta le dedique unas palabras amorosas en la lengua de los cantares. Además si una no nace “fermosa”, para eso están las cirugías, las lipo, los spa.

El nuestro es un idioma melodioso. Qué hombre no habrá deseado escribir al ser amado versos como los de Pablo: “...yo la quise y a veces ella también me quiso...”, como Federico:
“... me la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido...”,o Mario:
“...y porque amor no es aurora ni cándida moraleja...
Si le hablan en jerga, a qué mina no le cabe que un chabón le bata:
Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida” O que su nombre quede inmortalizado como Malena, que ya no canta el tango como ninguna. Le salió una competidora, la Varela, de la que dicen los babosos que canta el tango con la ... Pero antes de que se arme el bardo, mejor dejemos el lunfardo.

De todos modos, eso de sufrir por amor no es cosa de tangueros solamente, si no, escuchemos a los rockeros, desde los blanditos hasta los más duros: Qué mujer no desearía ser la “Muchacha ojos de papel”, o la que hace sufrir al “Extraño de pelo largo” porque no lo supo amar. Ser la “Flaca” de la que Calamaro quisiera ser el comandante de su parte de adelante, o la que hace que el Indio Solari se pregunte en Mariposa Pontiac “¿Sin tus caricias nena, que va a ser de mí?
La palabra amor. Como para no ser autobiográfica, si a mi me lo hicieron hasta escuchar violines, me dieron serenatas.

Ahora estoy sola -pero no fané y descangayada- y me gustaría que un hombre me tomara en sus brazos. Que inventáramos nuevos acordes
Por eso me compré el kamasutra, hago Tai-Chí, armonicé mi casa con las normas del Feng Shuí. No me puse siliconas pero tomo isoflavonas.
Como Catita “Yo espero que redepente, aparezca ese caballero.”
Aunque sea un seco, que no sea un sojero, no me interesa el dinero. Quiero que me haga el verso aunque sea un gasolero. Que sea como Cyrano, o como Dolina, que me seduzca con su labia y me haga olvidar de su napia.